Al término de los años cincuenta, España se desperezaba ya de la larga y dura posguerra. El parque móvil comenzaba tímidamente a crecer y el panorama económico y social parecía menos sombrío. En este ambiente, a medio camino entre las motos y los turismos surgieron unos pintorescos vehículos de tres o cuatro ruedas y reducido tamaño, con diseños de influencia aeronáutica unos o reproducciones a escala de las grandes berlinas otros. Entre los que poseían una carlinga o cabina -más que habitáculo interior- estaban los Messerschmitt, Scootacar, Heinkel e Isetta.
Este último nació en Italia, en 1952, como encargo de Renzo Rivolta –fundador de la marca Iso- al ingeniero aeronáutico Hermenegildo Preti. Rivolta pensó que para construir con éxito un microcoche se debía proyectar desde cero, y no como venía haciendo la mayoría de pequeños artesanos, es decir, copiando y reduciendo a la mínima expresión el estilo de un modelo estándar. Así pues, las condiciones impuestas a Hermenegildo Preti para el desarrollo del pequeño utilitario eran tres: un coste de producción que no excediera la mitad del que tenía el Fiat Topolino; el máximo aprovechamiento del motor Iso 200 –que impulsaba a los scooter que comercializaba la propia marca- y, por último, que el diseño tuviese un estilo propio, original y novedoso.